A bocados

¿Quién no ha saboreado el placer de una porción de algo? De membrillo, de chocolate en forma de bombón, de naranja convertida en gajos, de queso... Cada uno de esos momentos ha sido una porción de vida, centrado en el paladar, la textura y el deseo de que no termine... Porque así se nos presenta la vida, en porciones, formando un gran queso donde podemos encontrar desde gusanos hasta agujeros, pero también ternura y sabor; y donde hay que tener mucho cuajo para no darle un mordisco y comérselo a bocados.

lunes, 23 de septiembre de 2013

La gabardina


Las calles estaban húmedas y ya era de noche. No quedaba mucha gente por la calle y Berta notaba cómo con cada paso que daba se le metía el frío por debajo del abrigo. Se colaba por las mangas, incluso por el cuello. Se atusó la bufanda sin levantar la mirada del suelo. Inútil. Maldito otoño; todo lo desdibuja y todo lo atormenta.

La rutina ya estaba aquí. Y aún quedaba todo el invierno por delante. El mismo camino un día tras otro, los mismos horarios, los mismos trenes con las mismas caras, la misma oficina con las mismas caras, la misma silla y las mismas carpetas.

Notó una presencia de frente y se echó a un lado instintivamente. La presencia se echó al mismo lado. Alzó la mirada y se topó con una gabardina que contenía un cuerpo desnudo en su interior. Un tipo viejo con los calcetines hasta la mitad de las pantorrillas.

No sabía muy bien cómo pasó, pero le dio una buena patada en la entrepierna y corrió. Corrió y corrió hasta que la bufanda le estorbaba. Corrió hasta que el aire frío le acuchillaba la garganta de lo fuerte que respiraba. Corrió y pasó de largo el portal de su casa. No podía parar de correr. El puntapié le recordó lo del tenedor. Tampoco había sido muy consciente del paso que dio su cerebro hasta agredir a su compañero. Corría aún más rápido. La misma voz monótona que decía las mismas tonterías cada día. La misma mirada de asco y la misma sonrisa forzada tras una mueca de dolor, del dolor que le producía el mero hecho de vivir infeliz. En vez del estofado, pinchó la mano del infeliz, que la apoyaba en la mesa. Se lo clavó hasta hacerla sangrar. Cinco puntitos de sangre que eclipsaban el alarido de dolor. Seguía corriendo. Esbozó una sonrisa, recordó la soberana carcajada que había soltado al ver ese mismo rostro de siempre con una mueca como nunca.  Empezó a reír sin dejar de correr. Corría y corría y no paraba de reír. Cuando el aliento no le dio más de sí, fue parando poco a poco. Se detuvo del todo y a medida que recuperaba la respiración le vino una última imagen. El infeliz también se reía a carcajadas cuando Berta salía del despacho del director, sin finiquito, sin ganas y sin remordimientos.

Ejercicio 1 de Saca al escritor que llevas dentro, de Iria López Teijeiro (Literautas Editorial)