Corrían los primeros días de diciembre y el otoño, en pleno apogeo, le sacaba los colores a las altas tierras del Bierzo. Tal variedad cromática no inspiraba sino ciertos detalles gastronómicos, detalles que dan el toque certero para llamar la atención del comensal (hambriento o no) y que darán la clave para repetir plato.
Ocres de mostaza, marrones de cacao, rojos de vino y verdes de limón se disputan el protagonismo a medida que avanza el paisaje.
En el mismo sentido, los estriados montes apelan al estómago en forma de vértigo ante tales dimensiones. Vaivenes del terreno que llegan a las nubes, cuales claras a punto de nieve, que darán el carácter de mousse a los picos más atrevidos, los que exploran el celeste.
Y con tal menú degustación, el postre no se hace esperar y se muestra tras el nombre de Pedrafita, espolvoreado con el azúcar glas que dejan las incipientes nevadas del último mes del año.