A bocados

¿Quién no ha saboreado el placer de una porción de algo? De membrillo, de chocolate en forma de bombón, de naranja convertida en gajos, de queso... Cada uno de esos momentos ha sido una porción de vida, centrado en el paladar, la textura y el deseo de que no termine... Porque así se nos presenta la vida, en porciones, formando un gran queso donde podemos encontrar desde gusanos hasta agujeros, pero también ternura y sabor; y donde hay que tener mucho cuajo para no darle un mordisco y comérselo a bocados.

lunes, 28 de noviembre de 2011

La penitenciaría de ideas

La penitenciaría de ideas es un lugar donde te pagan por pensar pero no en lo que quieres. Un lugar en el que te exigen pensar pero no como quieres.

Yo paso muchas horas en la penitenciaría de ideas. Exactamente, diez. Cada día. Quiera o no. Y mira que soy de las afortunadas, que las cosas que tengo que pensar me gustan, pero me gustaría pensar en otras cosas.

En la penitenciaría de ideas hay más gente. Algunos ni siquiera saben que son reclusos. Autómatas de la rutina. Disidentes del ingenio. Renunciaron a la imaginación hace mucho, cuando se acostumbraron al puesto.

No me gusta tener la necesidad de acudir cada día a la penitenciaría de ideas. Me dejan ser creativa, es hasta divertido; pero quisiera emplearme en otros menesteres.

Quisiera hacer la fotosíntesis, pasear mis ojos por otras letras, dar forma a otros escritos. Pero no es la filosofía de la penitenciaría de ideas. Allí las jornadas son elásticas hasta la eternidad.

Tengo una amiga en la penitenciaría de ideas. Ella sí sabe que es una reclusa. Me gustaría tejerle unas alas que la llevaran a la factoría de ideas, pero no sé nada de costura. Tiene un equipo de duendes con ella. Juntos fabrican escenarios imposibles, personajes envidiables; armonía de imágenes. Conoce mundos que no existen y te los enseña.

Yo creo que en la penitenciaría de ideas no saben lo que tienen retenido, y lo pierden entre los barrotes. Cuando salgan a buscarlo quizá sea demasiado tarde.

martes, 22 de noviembre de 2011

De camino a la penitenciaría de ideas

Es curioso que en un país con una tasa de paro del 22%, un país donde el combustible está por las nubes, un país cuya capital es relativamente pequeña; se monten los atascos que se montan para ir a trabajar.

Y es que, acostumbrados a los años de bonanza, hay gente que no renuncia al coche ni para ir a por el pan. Aunque hasta donde yo sé, es una minoría.

En Madrid las empresas están concentradas en dos zonas, si me apuras, por lo que vivas donde vivas, lo más probable es que tengas que atravesar la ciudad para ir a trabajar. El centro, que le viene bien a todo el mundo, está saturado y el alquiler de las oficinas que quedan libres es caro (con los tiempos que corren las empresas reducen costes de todo tipo). Así que se van a las afueras, pero solo a las del norte de la ciudad (final de Arturo Soria, Manoteras, Fuencarral, Las Tablas, laterales de la A2, etc.). El grueso de la población en Madrid se concentra del centro hacia el sur, por lo que necesariamente para ir a trabajar, atraviesas la ciudad. Eso provoca un gran movimiento de gente de la misma zona hacia la misma zona a la misma hora; y claro, lleva su tiempo.

Afortunadamente gozamos de una buena red de transporte público, pero no da abasto e incluso hay zonas a las que no llega o lo hace de manera escasa (como algunas de las que he mencionado). Las carreteras de circunvalación, M-30 y M-40, aprueban, pero tampoco dan abasto. No hablemos si caen cuatro gotas... Otro día hablaré de esto.

Es decir, por norma general un madrileño está acostumbrado a que, sea en coche propio o en transporte público, tarde unos 45 minutos o una hora para ir al trabajo, de puerta a puerta. Y lo mismo para volver. Qué desperdicio de vida.

Es una pena que teniendo una capital y alrededores tan bien equipados de comercios, lugares de ocio, culturales, educativos, deportivos, espacios verdes, etc., haya que emplear tanto tiempo en ir a trabajar, que es a diario.

Menos mal que dispongo de musicoterapia on the way.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Musicoterapia on the way

Tras superar la tozuda adherencia de mis párpados, valiéndose de un escozor contundente que provoca el cierre automático de mis ojos, me desarropo y pongo los pies en la suave alfombra, aún aturdida por el sonido penetrante y eficaz del despertador. Este estado aún me acompañará durante unos minutos, e iré incorporándome paulatinamente a la vida real; la del agua fría en el rostro, que me despereza del todo y la del desayuno amable de mi compañero de vida. Una rápida decisión de vestuario cómodo, que no oprima mi cuerpo estático durante diez horas; un poco de salud de bote en mis mejillas y directa al paseo matutino perruno.
El paseo matutino perruno consiste en deambular de un punto A al mismo punto A dando un rodeo más o menos informe con parada en todos y cada uno de los árboles y arbustos que el can al que dirijo encuentra a su paso. A continuación, el susodicho procede a olfatear, fisgar, marcar y tapar –esto último con mayor o menor éxito– los puntos que decide según indescifrables criterios.

Este reconfortante paseo termina de poner la mente en orden y prepararla para la jornada. Pero aún hay algo que ni la cafeína, ni el agua fría ni el paseo han conseguido: llenarme de energía. Me han despertado y despejado, pero necesito algo más.

Así, con los brazos cargados por el bolso, el abrigo y las tarteras para el almuerzo, me dirijo al coche. Ay, el coche, esa yema de huevo con ruedas propulsada por un motor de explosión sin la cual llegar a una oficina sin metro ni red de cercanías, con una línea de autobús que tarda 30 minutos en recorrer 4 km y otra que cuya parada está a 20 minutos a pie con travesía de una autovía incluida, sería toda una proeza diaria.

El sonido casi metálico de la llave en la ranura del contacto y el tacto del volante, instalada en el asiento, configuran la antesala de esa breve rutina motorizada que cautiva y aísla. El devenir de las curvas agarrada al asfalto, el horizonte lejano al frente y de fondo ella, indiscutible, invencible. Acordes, instrumentos, voces e historias conviven en canciones que se suceden para revitalizarme, ensalzarme el ánimo y emocionarme. Mi frágil voz tararea, una por una, las canciones que de manera aleatoria hoy invaden el cubículo; la declaración de intenciones de Highway to Hell por AC/DC, el agudo imposible de Iron Maiden en The Trooper, la ronquera perfecta de Janis Joplin en Down On Me, el coqueteo country en Maggie's Farm por Bob Dylan y en el último tramo, para terminar de transformarme, Killing in the Name de Rage Against the Machine.

Lo he conseguido. Positiva, enérgica y activa, en ese estado llego cada mañana a la penitenciaría de ideas. Y todo gracias a ella. Somos inseparables.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Te detesto

Esta larga jornada de otoño casi invernal me desdibuja la mente, la pisotea y abotarga, sin permitirme siquiera la bendición de una libranza y llevándose por delante todo atisbo de tarde soleada.

Atiende: A mí no me trates así. Llévate tus largas noches y no vuelvas a pisar este sitio.