A bocados

¿Quién no ha saboreado el placer de una porción de algo? De membrillo, de chocolate en forma de bombón, de naranja convertida en gajos, de queso... Cada uno de esos momentos ha sido una porción de vida, centrado en el paladar, la textura y el deseo de que no termine... Porque así se nos presenta la vida, en porciones, formando un gran queso donde podemos encontrar desde gusanos hasta agujeros, pero también ternura y sabor; y donde hay que tener mucho cuajo para no darle un mordisco y comérselo a bocados.

martes, 30 de agosto de 2011

¿Dónde habré puesto las llaves?

Aún sudorosa, jadeante, sintiendo el bombeo de la sangre en el cuello y la sien; agotada, levantó la barbilla, cogió las llaves y se las lanzó a los pies.

Con la espalda de su oponente al frente y ya en el umbral, lo lanzó al ascensor de un puntapié tremendamente liberador.

Era la primera y la última vez que le levantarían la mano.

viernes, 5 de agosto de 2011

Ganaos el sueldo

Menos mal que no te creí. Dijiste que habíamos tocado fondo, así que con los años la cosa iría a mejor, y yo insistí en que no, que aunque no era capaz de explicarlo sí que visualizaba en mi mente que donde tú veías soluciones y mejoras no había más que declive. Y no dudo que le pusieras empeño, hiciste los deberes que te puso Europa, pero la caída no podía pararse en seco.

Pues aquí estamos, con todo patas arriba. Si ya lo decía yo, que no hacía falta ser economista para saber que lo peor estaba por venir. A ver cómo le digo yo a mis hijos ahora que estudien y se formen, que así tendrán mejores y más oportunidades laborales. ¿Con qué cara me planto y les digo que mira qué bien me fue a mí por estudiar una licenciatura y un posgrado compaginándolo con trabajos variopintos, detestables y a jornada completa, si supero el mileurismo gracias a las pagas prorrateadas? ¿Y cómo les meto en la cabeza que cuantos más idiomas sepan, mejor? ¡Que aquí se sobrevive con un precario castellano! Por no hablar de invitarles a independizarse… Pues eso, que como no quiero que me vacilen, he optado por no traer más parados al mundo.

No sé dónde viviré cuando me jubile. Hablo de retirarse del mundo laboral porque llegará un día en que los huesos no me sigan el ritmo. Mira, lo mismo para entonces se crean centros de realojo para mayores desahuciados. Jugaremos a la petanca con papel de aluminio arrugado. Por supuesto, lo habremos robado de la cocina del centro.

Trataré, mientras tanto, de conservar el trabajo que aún tengo –mil gracias– y el pescuezo, que los de arriba nos lo tienen debajo del pie más que nunca, dadas las circunstancias.

Que sí, que sí, que son ciclos, pero digamos que este será más largo y duro de superar de lo que pensabais (permíteme que ahora me dirija a tu grupo también), porque vosotros estáis tan lejos de nosotros que no tenéis ni la más remota idea de lo que está suponiendo esto. Miráis datos sin saber lo que significan en la vida real, así que hemos tenido que salir a la calle a decíroslo y nos habéis corrido a porrazos. No os equivoquéis, que la habéis liado vosotros.

No podéis girar la cabeza hacia otro lado. Toda una población es vuestra responsabilidad y con ese concepto cobráis a fin de mes. Y gracias a eso seguiréis cobrando el resto de vuestras vidas, sin haber cotizado antes una cantidad determinada, sin pedir prórrogas, sin necesidad de llegar a los 67. Lo menos que podéis hacer es ganaros el sueldo que os pagamos. Es vuestro trabajo.

Espero que no podáis dormir tranquilos ni una sola de las noches de vuestra vida.

lunes, 1 de agosto de 2011

Liliputienses en Moscú

Un día agotador. Madrugón, tensión aerofóbica por duplicado debido a la escala en Hungría, recorrido en tren, otro en metro, paseo con el rumbo equivocado, nuevo paseo en metro, llegada al hotel, viaje al pasado en ascensor, reparto de habitaciones, limpieza de la bolsa de aseo en la que reventó un bote de crema, no hay tiempo para ducharse, nuevo paseo, gente bebiendo por la calle, es tarde, hay mucha gente por la calle para la hora que es, el paseo sigue, nos vamos acercando, sabemos que no queda nada, que al girar podemos encontrarla, alargamos los pescuezos para que la vista alcance antes que nuestros pies lo que estamos buscando y objetivo cumplido, allí estaba, amplia, infinita, envolvente, misteriosa, la plaza Roja, con su guinda de cuento de hadas, sacada de una bola de cristal de una tienda de recuerdos, majestuosa, intensamente colorida, emulando una tarta de chucherías gigante, daban ganas de lamerla, de arrancarle un trocito y echarlo a la boca (estoy segura de que sabe a algodón de azúcar), la catedral de San Basilio. Me sentí liliputiense. Una belleza estremecedora. No hubo una sola noche que no volviéramos a verla, a recorrer los setecientos metros de largo y los ciento treinta de ancho que ese nicho de arquitectura nos otorgaba. Ahí permanecíamos, cuatro adultos que aún conservaban el espíritu impresionable de un niño, en fila frente a ella, sin articular palabra (no hacía falta pedir silencio) durante unos instantes, hasta que sentenciábamos al unísono: es espectacular, no me cansaría de mirarla. Después, volviendo sobre los pasos andados por esos noventa y un mil metros cuadrados de adoquines, reflexionábamos, bajo la mirada ya inerte de Lenin, y nos aturdían preguntas sin respuesta que adivinábamos en los ojos de los lugareños, gente aplastada por la conformidad impuesta. El cansancio de nuestros pies se desvanecía de un plumazo.