Cual gusiluz humano, mis carrillos se tornan incandescentes al entrar en la sala. Mis pulmones se ralentizan en su labor de intercambio gaseoso, debido al espesor del ambiente. Y la piel se moja en zonas consideradas antiestéticas, véase axilas o entrepecho.
O bigote.
Porque a la gente le dices que estás sudando, y te mira mal. Pero le dices que te suda el bigote y se parte de la risa. A mí no me hace ni puñetera gracia, porque según lo dices te miran en el sitio en cuestión. Y entonces sudas más. Y te ven el vello.
Vello.
¡Ja! ¿Cómo que vello? Unas púas en toda regla. Negras. ¡Qué condena! Cada semana, pinzas en mano, emulando a un cirujano sádico, hay que eliminarlas pelo a pelo, tirón a tirón, lágrima a lágrima. Bueno, y estornudo a estornudo. Aunque esos los provocan las de las cejas, que al arrancarlas se levanta hasta el párpado. Qué maltrato.
Y todo para que no te llamen Cantinflas. Ni uniceja.
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